sábado, 23 de abril de 2011

Su Paraguas Rojo

Ella iba tan segura de sus pasos como de que ese día era martes. Debajo de su paraguas rojo todo le parecía tan seguro que ni miraba antes de cruzar la calle. Se tocaba el pelo el mundo la envidiaba porque era bonito. Tan bonito como el ángel que le dijo tu nombre. Ella era tan tremendamente descuidada pero a la vez tan tremendamente feliz que nadie iba a decirle nada... ¿cómo se le puede negar a alguien lo que le hace feliz?
Según ella, los atardeceres, eran las ideas frustradas de todos aquellos que no se atrevieron a dar la cara por lo que luchaban. Las de los que nunca rompieron las reglas. Las de los que, por miedo, nunca supieron levantarse en el momento preciso y decir "basta". Las de las que fueron cobardes, al fin y al cabo.
Y podría pasarme horas (días, hasta años) hablando de lo que le gustaba hacer y de lo que no. Le gustaba leer (deboraba los libros), escuchar música y tocar el piano, dar vueltas a una bola del mundo (le gustaría irse a cualquier destino donde su dedo hubiera caído por casualidad), ir en bicileta y encender las velas. Sonreír. Y no le gustaban los días de sol, ni Júpiter, ni las cámaras de usar y tirar. Ni el.
Y ella ahora va tan feliz de sus pasos que nunca dejaré que se detenga. Porque ella es la dueña, la reina y la conquistadora del mundo. Juraría que ahora está sonriendo porque el mundo no se ha detenido. ¡Que vivan sus sonrisas!

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